En la Santa Misa asistes al mismo Sacrificio que el de la Cruz: ¡Cristo que se ofrece al Padre por ti y por mí!. En la Misa actúa la Santísima Trinidad: por voluntad del Padre y con la cooperación del Espíritu Santo, el Hijo se ofrece. Están además, la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra. Los ángeles se unen también a este acto de adoración que todas las criaturas -desde donde sale el sol hasta el ocaso - tributamos llenos de alegría. Es el centro de la vida de la Iglesia. Amar la Santa Misa es amar a Jesucristo.
La Iglesia participa en el Evangelio de su Maestro no sólo mediante la fidelidad a la Palabra, y por medio del servicio a la verdad, sino igualmente mediante la sumisión, llena de esperanza y de amor, participa en la fuerza de la acción redentora, que Él había expresado y concretado en forma sacramental, sobre todo en la Eucaristía. Toda la vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud en la Eucaristía.
Intenta no sólo asistir, sino vivir el Santo Sacrificio de la Misa. Aprende a meterte en las palabras y oraciones. Si los que estamos en Misa, realmente la vivimos, el mundo - cada uno de nosotros- será notablemente mejor. Porque una Misa tiene valor infinito, ya que allí se ofrece al mismo Jesucristo el Hijo de Dios.
La Eucaristía nos educa en el amor al prójimo de un modo más profundo, demuestra que valor debe tener a los ojos de Dios todo hombre, si Cristo se ofrece a sí mismo de igual modo a cada uno. Si nuestro culto es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre.
"Debemos hacernos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz.
Aprendamos a descubrir con respeto la verdad del hombre interior, porque precisamente este interior del hombre se hace morada de Dios presente en la Eucaristía. Cristo viene a los corazones, y visita las conciencias de nuestros hermanos y hermanas. El sentido del Misterio Eucarístico nos impulsa al amor al prójimo, el amor a todo hombre." P. Juan Pablo II
Fines de la Misa
a) Adoración:
En la Misa ofrecemos a Dios como homenaje de nuestra adoración lo que Él mismo nos ha dado; nada menos que el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que tiene un valor infinito. En la Misa podemos adorar a Dios como se merece, gracias a que Jesucristo quiso instituir el Sacrificio y el Sacramento de la Eucaristía.
b) Acción de gracias:
En ella nos presentamos a Dios para darle gracias por sus innumerables dones espirituales y materiales en unión con la Iglesia y con Cristo.
c) Petición de perdón:
Es evidente que somos pecadores, que ofendemos a Dios, que no tenemos méritos personales, sin embargo, no nos llenamos de tristeza, pues podemos decir ¡Señor ten piedad! Y tener la seguridad de ser escuchados y perdonados.
d) Súplicas:
¡Necesitamos tantas cosas! En esta tierra quien no puede mucho, acude a quien tiene posibilidad de ayudarle. Nosotros tenemos pocos méritos, pero Cristo es el Hijo de Dios y es "siempre escuchado en razón de su dignidad" (Heb 5,7). Por eso en la Misa acudimos diciendo: "Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos". Con esta recomendación, nosotros podemos acudir confiados a quién todo lo puede.
La Santa Misa consta de dos partes: Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística, tan estrechamente unidas entre sí que constituyen un solo acto de culto; porque en la Misa se prepara la mesa de la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo, en la que los fieles son instruidos y alimentados.
Ritos Iniciales:
La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.
Canto de entrada: Su fin es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido, elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta.
Beso al altar: El altar representa a Cristo siempre presente entre nosotros, unirse al beso que da el sacerdote, como si se diera a Cristo mismo, con un intenso deseo de permanecer siempre unidos a Él.Señal de la cruz: "En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Se invoca la presencia de la Santísima Trinidad, ya que a Ella y a su gloria se dirige la Oblación, además se recuerda la Cruz de Cristo y de su pasión de la que siguen todos los bienes.
Saludo: "El Señor este con vosotros", con este saludo y con la respuesta del pueblo fiel, queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
Acto penitencial: Breve pausa de silencio para recordar nuestros pecados, los últimos que hemos cometido, y pedir perdón al Señor. Si lo hacemos bien podemos alcanzar el perdón de los pecados veniales. Para disponernos a escuchar su Palabra y a celebrar dignamente la Eucaristía constituidos en una comunidad. También podemos pedir perdón por los pecados de todos los hombres.
Gloria: Es un himno muy antiguo con el que la Iglesia congregada en el Espíritu Santo glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. Se canta o se recita los domingos fuera del tiempo de adviento y Cuaresma, las solemnidades y fiestas y en algunas celebraciones especiales.
Oración colecta: El sacerdote como mediador entre Dios y los hombres presenta a Dios todas las acciones de su pueblo, todas sus peticiones.
Liturgia de la palabra:En la "mesa de la Palabra" Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual. Por el ministerio de la Palabra, Cristo está presente entre nosotros. Por esta Palabra, que es de Dios, el Señor quiere que mejoremos y da su respuesta a los problemas y situaciones de cada día, pues sólo Él "tiene palabras de vida eterna" (Jn. 6,68).
Las lecturas: Tomadas de la Sagrada Escritura constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra. Dios habla para decir lo que espera de nosotros, y disponernos interiormente a corresponder a sus dones.
Durante el tiempo ordinario las lecturas bíblicas de la Misa que preceden al Evangelio se toman, del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento. Los domingos y días solemnes, se hacen dos lecturas antes del Evangelio, una tomada del Antiguo Testamento y otra del Nuevo Testamento. A la primera lectura sigue el Salmo Responsorial, y a la segunda el aleluya, que se canta de pie.
Lectura del santo Evangelio: Se escucha de pie, por reverencia a la Palabra de Dios, haciendo antes la señal de la cruz cuando el sacerdote signa el libro santo, se hace el signo en la frente pidiendo luz para entender el Evangelio y para creer en él, en la boca para anunciarlo y confesarlo públicamente, en el pecho para que amemos su Palabra y la conservemos siempre en el corazón. El Evangelio narra un pasaje de la vida del Señor o de su doctrina, tal como escribieron por inspiración divina los evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas o Juan.
Homilía: Es la palabra del celebrante revestida con la autoridad de Cristo, nos ayuda a descubrir -en base a los textos sagrados- lo que el Señor quiere de nosotros. Es importante sacar alguna conclusión, un propósito personal para la vida diaria.
Credo: Es la profesión de las verdades de fe que creemos, tiende a que el pueblo dé su asentimiento a la Palabra de Dios.
Oración de los fieles: Ejercitando su participación en el sacerdocio real de Jesucristo los fieles rezamos por toda la Iglesia, el Papa, los Obispos, por todos los hombres y sus necesidades.
Liturgia de la Eucaristía:
En la Última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hiciesen en memoria de Él. Es la parte principal de la Misa.
Ofertorio: Es la presentación del pan y el vino junto con nuestra acción de gracias por todo lo que recibimos de Dios sin merecer nada, le ofrecemos a Dios lo que Él mismo nos ha dado junto con nuestro ser.
Plegaria Eucarística: Esta gran oración de acción de gracias y santificación es el centro y cumbre de toda la celebración. Nos acercamos a este sacrificio que ofrece el sacerdote y que ofrecemos nosotros. El sacrificio del Hijo al Padre esperando que Dios reciba el sacrificio de dignidad infinita. Intensamente nos acercamos al momento culminante del sacrificio.
Prefacio: Es un diálogo a preparación para los actos que contiene el Santo Sacrificio. Pedimos que el Señor esté con todos, pues nos acercamos al Santo de los Santos, y si hasta aquí convenía que fuéramos puros y fervorosos, en adelante deseamos acrecentar nuestro amor y tener levantado nuestro corazón a Dios.
Los principales elementos de que consta la Oración Eucarística pueden distinguirse de esta manera:
Acción de gracias: (Que se expresa sobre todo en el prefacio) en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación.
Aclamación: (Santo) esta aclamación la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote. "Todos los cristianos por la Comunión de los Santos, reciben las gracias de cada Misa, la tierra y el cielo se unen para entonar con los ángeles un himno de alabanza y de acción de gracias al Señor: Santo, Santo, Santo…
Epíclesis: Con ella la Iglesia implora el poder divino para que los dones que han ofrecido los hombres, queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la hostia inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes la reciban. Expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo arrodillándonos en señal de adoración al Señor ante este misterio tan grande.
Narración de la institución y la consagración: Mediante las palabras y acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que Cristo mismo instituyó en la última Cena.
Anámnesis: Recordando principalmente su bienaventurada Pasión, su gloriosa Resurrección y la Ascensión al Cielo. ("Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡ven Señor Jesús! u otra).
Oblación: Por la que la Iglesia, en este memorial ofrece al Padre en el Espíritu Santo, la hostia inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la hostia inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen con la mediación de Cristo. La unidad con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos.
Intercesiones: Presentamos nuestras oraciones a Dios Padre, rogándole, por medio de Cristo, que acepte los dones que Él mismo nos ha dado. Mencionamos a aquellos por los que se ofrece el Sacrificio. En primer lugar por la Iglesia, a la que pertenecemos todos, para que le dé su paz, la proteja y la mantenga unida, pedimos por el Papa y los obispos de la diócesis y por todos los fieles.
Doxología final: En la que se expresa la glorificación de Dios, y que se concluye y confirma con la aclamación del pueblo.
El sacerdote nos exhorta nuevamente a que reconozcamos en la Eucaristía que "Este es el Sacramento de nuestra Fe"; todos nos ponemos de pie y contestamos: "Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡Ven Señor Jesús!" El sacerdote pide ahora por toda la Iglesia, por los vivos y difuntos, menciona a las personas que han puesto una intención especial y concluye esta parte con una oración solemne que pronuncia únicamente el sacerdote: "Por Cristo, con Él y en Él…., los fieles aceptamos su oración contestando solemnemente: "Amén".
Rito de Comunión
Padrenuestro: Recitando o cantando esta oración glorificamos a Dios, es la oración vocal por excelencia ya que la dijo Cristo a petición de los apóstoles. Nos llena de confianza saber que Dios es nuestro Padre y que nosotros somos, no siervos, ni tan sólo amigos, sino ¡hijos de Dios! De ahí nuestra fe en Dios, la seguridad de que jamás nos abandona, y también nuestra responsabilidad de actuar como los buenos hijos que saben devolver por amor.
Rito de la Paz: Imploramos la paz y la unidad para la Iglesia y toda la familia humana y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan.
El sacerdote presenta la Hostia Consagrada al Pueblo, mostrándola como "El Cordero de Dios" y llama "dichosos" a quienes han sido invitados a la cena del Señor. Todos contestamos como aquel soldado romano del Evangelio: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme". Los fieles -que se encuentran en gracia de Dios- reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles los recibieron de manos de Jesús. Se entonan cantos de comunión y quienes no se acercan a comulgar pueden en este momento hacer una oración en silencio pidiendo al Señor su gracia y la oportunidad para poder cuanto antes confesarse y participar de la Comunión con toda la Iglesia.
Despedida: Saludo y bendición sacerdotal. Con Cristo en el alma, termina la Santa Misa; la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos acompaña durante toda la jornada, en nuestra tarea sencilla y normal de santificar todas las actividades humanas.
Acabada la Santa Misa Jesucristo está en nosotros con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad y esto debe llevarnos a estar algún tiempo recogidos en oración. El Señor permanece dentro de nosotros unos minutos. Es lógico que nos sintamos indignos, y por eso muy agradecidos de recibir tanto bien.
Aprovechemos ese momento, el más grande del día, para adorar al Señor, darle gracias, pedirle perdón por nuestros pecados y pedirle toda clase de bienes materiales y espirituales; para hacer actos de fe, de esperanza y de caridad. Se recomienda a los fieles no descuidar, después de la comunión, una justa y debida acción de gracias, con un tiempo de silencio, un himno o un salmo de alabanza.
Las posiciones en la Santa Misa son tres:
De pie: en señal de respeto, de admiración, de prontitud para actuar (es la posición que se tiene cuando llega un gran personaje). Esta posición la tenemos en las oraciones del principio, y en las que van después de la Consagración y durante la lectura del Santo Evangelio.
Sentados: es posición de tranquilidad, de calma, de meditación. La tenemos mientras escuchamos las primeras lecturas, la homilía y las oraciones del ofertorio. Al sentarnos no crucemos las piernas, esto es una falta de respeto.
De rodillas: es señal de humildad, de arrepentimiento, de profunda adoración. Es la posición para el momento de la Consagración (al levantar el sacerdote la hostia y el cáliz después de la Consagración mirémosle con profunda fe y pidámosle alguna gracia al Señor).
Como debemos comportarnos y presentarnos dentro del Templo
Al entrar al Templo, debemos hacer la señal de la Cruz, esto nos recordará que Cristo murió en la Cruz por nosotros.
Apagar el celular y/o radiolocalizadores, recordemos que la llamada principal es de Dios. Nos encontramos en su casa, hay que darle su tiempo con calidad.
El Templo es la "Casa de Dios", cuando vamos de visita a una casa "X", tratamos de vestirnos en forma apropiada y de ponernos lo mejor que tenemos, debemos presentarnos en el Templo vestidos con propiedad, correctamente y con decencia, no de forma escandalosa, vulgar o llamativa.
Ya que respetamos la Casa de Dios, también debemos cuidarla y mantenerla limpia.
Debemos procurar llegar puntuales a la Misa o alguna otra ceremonia, de lo contrario distraeremos a los fieles que ya se encuentren ahí, también debemos procurar contestar o cantar con voz clara y fuerte.
Al terminar la Misa no salgamos en tropel, debemos hacerlo con calma y hasta que el Sacerdote se retire; algunas personas acostumbran salir inmediatamente después de que reciben la Comunión, lo cual es incorrecto, pues todavía no termina la Misa.